[Historias de Oaxaca] La Familia Lucas, los 400 Lustros y el proyecto 6 Sentidos

Hará unos cinco años, Lalo, Lupita y yo charlábamos en la sala de mi casa entre mezcales de sencilla calidad, pero orgullosamente caseros. El litro, por esos tiempos, costaba ochenta pesos y era un espadín de mucha decencia, nada arrogante ni exigente. Esas reuniones sucedían una o dos veces por semana y yo escuchaba historias de personas y generaciones sin saber muy bien para qué. Esa noche fue distinta porque del fondo de mi alma surgió un eureka:

–Me acabo de dar cuenta que yo vine a Oaxaca para contar sus historias –dije.

El tepextate. Planta madura
El tepextate. Planta madura

Lupita me miró con sorpresa porque justo terminaba de contar su infancia en los Mixes. Nos había relatado detalles personales que aún no me atrevo a contar, pero esos temas me dieron, en ese preciso instante, un razón para vivir en esta ciudad de izquierda-derecha, tradición-ruptura, conservadurismo-revolución, problemas-soluciones y vidas-muerte, que se enredan como una de sus mejores creaciones, el quesillo. Había definido que tenía que contar historias del Oaxaca profundo, del que no aparece en las guías de turismo, ni en los anuncios de la SECTUR.

Comencé por relatar una historia que había estado almacenada durante quince años y la convertí en libro. Antes, había concluido una tesis que, a pesar de su digitalización, sigue en cajones o archivos cibernéticos, pero ésa es otra historia. Luego, mezclé ambas con nuevos proyectos, cursos y asesorías, pero si hay algo que no he dejado de hacer, es escribir.

Ya antes de llegar a Oaxaca, hace unos siete años, sabía que parte de mi labor posdoctoral sería contar historias. No solo escribir, sino llevarlas de un lado a otro. Y desde entonces así ha sido mi existencia: mi labor es transportarlas, ser una especie de juglar (pos-)moderno que vincula organizaciones, personas, sueños y ganas de cambio, no para mí, sino como una especie de deporte, una forma de contribución a la comunicación del mundo. Así nació 6 Sentidos.

6 Sentidos

6 Sentidos nació como un proyecto para fortalecer el desarrollo local –en lo que trabajo hace años– desde una filosofía distinta: la mayor parte de proyectos busca primero desarrollar la oferta y generar planes para apoyar a los artesanos a producir, a mejorar su cadena de abasto, etc. 6 Sentidos, por el contrario, parte de la dinámica opuesta: ellos ya tienen productos, cuentan con calidad y más bien, lo que no tienen, es fuerza de comercialización directa. Llegar al público final no es fácil: se requieren otros idiomas o capital social que no siempre están a mano entre los artesanos y productores. 6 Sentidos ayuda desde la demanda, no desde la oferta.

Comenzamos pensando que vender artesanías sería sencillo, pero es más complejo de lo que pensamos, así que desarrollamos una mezcla de productos que generan tracción entre ellos, de manera que sea más fácil convencer a un comprador de sumar piezas distintas y así contribuir a toda la red. Aún estamos en proceso de aprendizaje, pero avanzamos y proponemos nuevos esquemas. Por si fuera poco, la pandemia nos detuvo y aunque nuestra estrategia está básicamente puesta en Web, nos hemos dado cuenta de la importancia de la presencia física para llegar a nuevos aliados. En las próximos semanas estaremos trabajando en salir cada vez más al espacio presencial con nuestros productos y acercarlos al público final que conocemos, con el que tenemos contacto.

Pero se requiere algo más.

Sé que parece que me pierdo en mis temas, pero quiero contar por qué somos algo más que una tienda en línea, por qué somos más que un grupo de personas que quieren hacer negocio. Desde mi óptica, la mejor manera de hacerlo es describiendo –en la práctica– cómo se puede generar impacto positivo, y no lo vamos a lograr si no contamos de dónde venimos y hacia dónde vamos… O con quién trabajamos.

La familia Lucas

Héctor, Mario, Karen (CM de 6 Sentidos) y Chano

6 Sentidos trabaja con productores de mezcal, artesanos de barro, madera, vidrio, café y chocolate. Todos tienen en común su origen familiar, el interés de hacer productos de calidad y –en mayor o menor cuantía– la búsqueda de una producción sustentable: algo que genere una mejor economía, pero permita reafirmar sus lazos sociales, al tiempo que les ayuda a preservar el medio ambiente de donde viven. La “sustentabilidad” es una palabrota con muchos significados, pero en suma es un afán de estar mejor, sin explotar al prójimo ni a los recursos disponibles para las próximas generaciones. Ahora me permitiré contarte un ejemplo: el de la familia Lucas.

En este enorme rompecabezas, una pieza clave es Héctor. Él trabaja con mezcaleros artesanales –importante diferenciarlos de los que tienen una visión industrial, sin interés por la sustentabilidad o únicamente marcados por el dinero– que producen en pequeños lotes, a partir del conocimiento ancestral, y con un afán comercial, sí, pero también desde la filosofía de sostenimiento de una tradición: aman hacer mezcal porque lo aprendieron de su familia; se sienten orgullosos de mostrarlo a quien esté interesado en conocer sus productos, y también su modo de vida.

Héctor es el contacto con la familia Lucas, que produce apenas unos miles de litros de mezcal al año. Él los invitó a 6 Sentidos y es nuestro guía en la parte mezcal: de él hemos aprendido acerca de variedades y formas de vida. Gracias a él llegamos a San Isidro Güishe, municipio de Amatlán, a unos minutos de la ciudad de Miahuatlán de Porfirio Díaz… a un par de horas de la ciudad de Oaxaca, donde viven los hermanos Lucas, hijos de don José, el patriarca de una familia de once hijos.

¿Ya vamos comprendiendo dónde estamos?

Los 400 Lustros

Hace unas ocho generaciones que la familia Lucas produce mezcal. Trabajan para empresas más grandes como maquiladores y eso les permite generar ingresos, pero también comprenden la importancia de tener una propia marca, porque les permite controlar mejor el precio, la forma de comercializar y su distribución, pero también saben que no es fácil: hay que pagar impuestos, vérselas con un diseñador, abastecerse de botellas, comprender cómo funciona la certificación y decenas de cosas más.

Su marca se llama 400 Lustros, “no porque produzcamos desde hace 2 mil años, pero sí porque tenemos el dato de ocho generaciones que han producido mezcal en la familia, y sabemos que acá se siembran agaves desde hace miles de años”, cuenta Mario. Ellos hicieron su primera etiqueta e incluso cuentan con cántaros de barro que se usaban hace más de sesenta años para almacenar el mezcal. De que la tradición corre por su sangre, no hay duda. Siembran sus terrenos y en general utilizan únicamente sus agaves. Cuando la demanda es alta, se ven obligados a comprar a los vecinos, pero siempre de la misma localidad, lo que les permite asegurar que la materia prima tiene toda la calidad.

Presente y pasado: evolución de las etiquetas familiares

Una característica especial es que solamente usan el agave que se llama “capón”, es decir, el que ya alcanzó su fase de maduración más alta, de ocho, diez o quince años, según la variedad. ¿Cómo lo sabemos? Fácil: cuando el agave está maduro genera el quiote, o floración de la que saldrán semillas. Ese quiote crece al centro de la planta y puede llegar hasta unos seis metros de alto, creciendo a razón de hasta 10 centímetros por semana. Cuando una planta saca semillas, es porque está madura y su proceso de vida se ha cumplido: ése es el momento para obtener mayor concentración de azúcar, que generará un mezcal de muy alta calidad y graduación alcohólica.

Agave capón: al fondo se aprecia el corte del quiote

Chano y Mario, los hermanos que nos recibieron junto con Don José, tienen también otra particularidad en su palenque (el nombre de los centros de producción), y es que hace diez años cambiaron el horno cónico de piedra, que se usa comúnmente para el horneado del agave, por uno de gas, que cuece al vapor –algo empleado en la industria del tequila, pero no la del mezcal–. Esto genera otro aliciente importante: el consumo de leña se ha reducido de forma sustancial, lo que les hace avanzar más casillas en torno a la sustentabilidad. La industria del mezcal es una gran extractora de madera, y eso es poco conocido en el medio “fancy” de la onda mezcalera: puedes hacer un gran esfuerzo en producir tus propias plantas o tener prácticas amigables con el medio ambiente… pero si sigues comprando la madera de otros pueblos, en algún lado se está generando la deforestación.

¿Vamos entendiendo mejor a la industria, a la familia y al rompecabezas?

Don José, cabeza de familia

Solidaridad, empatía, confianza, reciprocidad

No puedo evitar sacar mi sociólogo y dejar de recordar a Keith Hart y su estudio sobre la confianza: hace muchos años, el autor antes citado se fue a estudiar cómo se construía la confianza en África (Ghana, para ser exactos). Su análisis se centró en un mercado y descubrió cómo los grupos sociales forjaban lazos de confianza de distinta forma. No me voy a meter en detalles que podrías leer, si te interesa, en un breve texto que hice hace tiempo, o directamente en su artículo, pero sí quiero poner en claro que la solidaridad y la confianza en el espacio urbano se construyen de una manera muy distinta a la forma que sucede en el rural: el día de ayer, que estuvimos en su rancho, lo primero que hicieron fue recibirnos con los brazos abiertos y con una sonrisa en la boca, totalmente distinto a lo que podría pasar en una empresa productora de mezcal en la ciudad, por ejemplo.

Karina, ex-colega de Héctor, y su pareja Efraín, llevaban una botella de mezcal elaborado en 2010, justo cuando se hizo la primera prueba del horno de vapor que ellos les ayudaron a crear. Esa pieza fue central para recordar el lazo de afecto que había en esta experiencia completa. Por supuesto, si tú fueras y tocaras la puerta de la familia te recibirían atentamente, pero no con la misma familiaridad. Desde la sociología o antropología, quien hace la labor de abrir esa puerta y poner en relación los mundos de distintas personas se llaman mediadores o “passeurs”. En fin, así entramos a casa de la familia.

Al fondo, la botella de la primera horneada con vapor. Al frente, los tamalitos

Las más de ocho horas que estuvimos con ellos fueron eso: una visita de familia. Fuimos primero al campo, a conocer sus sembradíos de agave, que además intercalan con calabaza, frijol, maíz, ajo y otros vegetales, pero también a charlar, hacer fotos y descubrir la magia de Miahuatlán, una zona que mi ignorancia geográfica me permitiría llamar “límite” de los valles centrales de Oaxaca –porque a unos cuántos kilómetros se comienza a subir a la Sierra Sur, hacia San José del Pacífico– pero además llena de lomas y quebradas que generan la particularidad de los microclimas.

Después de la visita y asombro de conocer el espacio mágico de “La cueva de los tepextates” como llaman ellos a esta quebrada llena de estos agaves, descubrimos las plantas de madrecuishe, bicuishe, coyote, espadín, arroqueño y espadilla que andan por el campo. Logramos hacer unas fotografías, tomas con dron y entrevistas para nuestro canal de 6 Sentidos, que pronto verás. Por supuesto, el campo tiene toda esa maravilla de ver crecer una planta, de respirar aire puro, conocer la forma de reproducción del agave, etc. Al volver del campo, con un par de mezcales ya en el estómago como aperitivo y unas cervecitas, volvimos a casa para comer. De no haber sido por el recibimiento inicial con chocolate, tamales y pan, habríamos llegado aún con más hambre.

Y de comer, mejor no hablemos. O sí, aunque corramos el riesgo del antojo: tortillas hechas a mano con maíz de la casa, dos tipos de mole para acompañarlas, unos deliciosos elotes frescos y hervidos que se deshacían en la boca, y unos tamalitos al comal para acompañar. Por supuesto, el mezcal y el agua fresca de jamaica hicieron también acompañamiento para socializar y bajar los alimentos. Tuvimos unas dos o tres horas de comida, con esa larga sobremesa de familia, de amistad de los espacios rurales, y no de la ciudad, donde el tiempo es oro, dólares, dinero…

Partir y volver

Porque no hay forma de ir de visita sin volver a casa, la que se había pronosticado como una vuelta a las 5 de la tarde, terminó siendo un regreso a las 9 de la noche. En el camino de vuelta reflexionábamos sobre todo lo que ignoramos del campo y que al mismo tiempo nos ofrece: naturaleza, comida sana, secretos de cocina, de producción, historias de las abuelas y sueños, muchos sueños. ¿Cómo podemos contribuir con ellos?

Nos preguntábamos, como frecuentemente lo hacemos cuando salimos de nuestra burbuja, lo que significa el éxito, y si siempre tiene que pasar por el aliciente económico. Sí, decían algunos, pero también hay otros criterios y formas de verlo. Justo eso: amistad, confianza, solidaridad. Fue un gusto también conocer a los jóvenes de la familia, que gracias al negocio que funciona pueden ir a la universidad para contrastar sus conocimientos prácticos con los formales e incluso debatirlos –como les insistimos un buen rato– porque no todo lo que enseña la escuela es bueno: se le olvida que en el campo se sabe mucho, se conoce a la luna, a las plantas, a las cosechas, al clima, a la tierra… y eso no lo enseña ninguna escuela.

Y dicen que en Oaxaca es pobre, pero ¿quién es rico? ¿En términos de qué? ¿No deberíamos ser más autocríticos y pensar más allá de lo que nos enseñan nuestras burbujas?

Riqueza y pobreza: Y tú, ¿Cuánto maíz produces en casa?

Finalmente

Pues bien, es difícil pensar que puede haber límites a la producción y que dichos límites son sanos: crecer y crecer es lo que nos ha llevado a una sobreexplotación de todo. En esta visita aprendimos también que “en el campo no hay domingos”, como bien nos lo recordó la familia. Por ahora, la invitación está abierta para que vayamos a comprarles mezcal y visitemos sus sitios maravillosos, pero mientras lo puedas hacer, te podemos enviar lo que ellos producen, directo a tu casa.

Para nosotros, estas visitas son también un modo de llevar la teoría del Desarrollo Local a la práctica del Desarrollo Rural. Ahora sí, permíteme el anuncio y espero con este texto haber logrado explicarte parte del porqué de nuestro proyecto: cuando compres en 6 Sentidos, piensa que apoyas la consolidación de un rompecabezas que tiene que ver con desarrollo local, y con otros artesanos, no solo los que producen lo que compraste.

Piensa también que está relacionado con la sustentabilidad y la búsqueda de regeneración del medio social y ambiental; con la producción familiar y con otros proyectos que poco a poco irán detonando en la medida que cada uno funcione y contribuya con su grano de arena al armado de un modelo de vida distinto, que tal vez nos dé pistas para afrontar la crisis energética que se avizora y todo lo relacionado con el Cambio Climático que vemos cada día.

¡Hasta la próxima!

Así se ve la botella de 400 Lustros al lado de su planta de origen

 

Este post apareció originalmente en el blog de Samuel Morales (El Blog del Andaryego), nuestro socio, desde donde lo traemos para compartirlo.